La delgada línea entre sobrevivir y vivir
El pobre no vive, sobrevive. Calcula cada gasto como si fuera una jugada de ajedrez. No hay margen para errores, ni espacio para el lujo de la improvisación. A menudo, su vida está marcada por decisiones que otros nunca tienen que tomar: ¿comer hoy o pagar la luz mañana?
Pero lo más duro no es la falta de recursos. Es la invisibilidad. Es caminar por calles donde nadie te ve, donde tu esfuerzo no se reconoce, donde tu historia no se cuenta. El pobre trabaja más que muchos, sueña igual que todos, pero carga con un peso que no eligió.
Y sin embargo, hay una fuerza en él que desafía toda lógica. La capacidad de seguir adelante, de sonreír a pesar del cansancio, de compartir lo poco que tiene. Porque la pobreza no mata la humanidad, la revela.
La vida del pobre es una lección silenciosa de resistencia. Nos recuerda que la dignidad no se mide en bienes, sino en la forma en que uno se enfrenta al mundo cuando todo parece estar en contra.
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